Integridad por “estabilidad”, un pésimo negocio


Luego de hacerse público los audios que revelaron fuertes indicios de corrupción en el accionar del Presidente Martín Vizcarra así como en su entorno más íntimo, llamó mucho mi atención algunas reacciones de quienes a pesar de la evidencia audible continuaron defendiendo al mandatario, desenfocándose del tema central, es decir: la corrupción, y colocando los reflectores sobre lo alterno, que sin negar su existencia, distraen del serio problema moral que se estaría develando. Desacreditar al mensajero, buscar excusas como “la estabilidad política” del país, o utilizar “la pandemia” por la Covid-19 para evitar que el Presidente sea vacado por incapacidad moral, han sido algunos de los patéticos argumentos de aquellos quienes, con un grueso velo de alquitrán en la conciencia, sin darse cuenta, han decidido hipotecar principios absolutos y elevados como la verdad y la justicia, en nombre de un supuesto bienestar, aunque lo correcto sería: para permanecer en lo mismo. Me he preguntado varias veces, ¿tan bien están las cosas como para preocuparnos de que, si se vaca a Vizcarra, esto sea peligroso para el país?

La coyuntura política que ha vivido nuestro país en las últimas dos semanas ha sido el escenario propicio para generar algunas reflexiones sobre lo tristemente fácil que es para el hombre decantar hacia el lado de la comodidad en menoscabo de su integridad y de lo que debería ser una tolerancia cero con lo que es incorrecto, ilegal, o inmoral. Nos quejamos de la corrupción y señalamos que es ella el principal cáncer de nuestra patria, pero apenas tenemos la oportunidad de arrancarla de raíz, nos rendimos ante el miedo que nos provoca reorganizar las piezas en el tablero. ¿Tanta potencia ha tenido el bombardeo mediático en la mente ciudadana como para convencerla de que debe primar la continuidad a costa de lo que sea, aún de sus valores? Por otro lado, qué preocupante es ver la lamentable cotidianeidad que ha tomado el doble rasero, el famoso: “para mis enemigos, la ley, para mis amigos, todo”.  


De qué estabilidad habla una sociedad que no es honesta consigo misma. Qué plástico bienestar y qué perspectiva de crecimiento moral le podemos augurar a un pueblo que, ya sea por miedo, conveniencia, o ignorancia, es capaz de rebajar el estándar de lo que es objetivamente correcto.  Hace un par de días El Comercio publicó una última encuesta de IPSOS que daba cuenta que el 41% de peruanos cree que la conducta del mandatario ha sido incorrecta pero no grave, y el 79% opina que debe continuar en el cargo. No soy muy afecto a las encuestas, pero estos números no hicieron más que confirmar mi percepción de que el peruano está a punto (si no es que ya lo hizo) de caer en las fauces de la indiferencia moral, y lo que es peor, en la mediocridad de conformarse con una autoridad que no es “tan corrupta”.


Seamos sinceros, cuando una sociedad comienza a encontrar “razones” para tolerar la corrupción y la inmoralidad en nombre del bienestar o la estabilidad, dicha sociedad está en un serio problema. O a lo mejor el problema es ella, que, sin darse cuenta, camina con los ojos vendados por el borde cada vez más resbaladizo de su baja autoestima y por la cornisa patética de la autocensura.

Antes del cierre de esta columna de opinión me entero que no se consiguieron los votos necesarios para aprobar la moción de vacancia presidencial. Qué puedo decir, una vez más el Congreso de la República se muestra como fiel reflejo de nuestra idiosincrasia popular. Creo que ha quedado penosamente claro que en el Perú la inmoralidad no se mide en función a los hechos, sino de acuerdo a las circunstancias o a lo que “conviene”.  Triste.


Escrito por: www.facebook.com/joseenrique.acostabasurco



 

 

 

 


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