Confesiones (crudas) de invierno (crudo)


El hombre es como la hierba,

sus días florecen como la flor del campo:

sacudida por el viento,

desaparece sin dejar rastro alguno.

Salmos 103:15,16 

A estas alturas del partido creo que la Covid-19 nos ha tocado a todos de alguna u otra manera. Ya sea directa o tangencialmente, nos hemos visto afectados por el paso de desolación que viene dejando este maldito virus chino. En lo personal, el mazazo que me dieron fue contundente. El último fin de semana uno de mis mejores amigos perdió la batalla dejándome un vacío inmenso en el corazón, el cual ni siquiera me atrevo a describir porque sé que no lo haría bien. Solo puedo decir dos cosas al respecto: la primera, es que duele en demasía perder a un amigo que es como un hermano.


Y la segunda, que toda esta coyuntura del virus, la estela de dolor, miedo y muerte que viene dejando, me ha comprobado lo frágil que es el ser humano. Es en este segundo punto y en algunos aspectos colaterales, es en donde apoyo el artículo de esta semana que mis amigos de Takana Social Media Marketing siempre tienen la gentileza de publicar.

La muerte es un misterio que con el tiempo se nos hará ineludible, nuestra naturaleza no puede escapar de sus fauces, haga lo que haga el hombre, al final, la muerte siempre tendrá la última palabra. Si enfrentarse a esta fatalidad es en sí mismo un ejercicio que se realiza en soledad, creo que el matiz que nos ha traído el virus, por el cual no se nos permite siquiera acompañar o despedir al ser querido, ha hecho de la muerte algo más triste y cruel.


Es sin duda, ante la inminente victoria de la muerte, donde la fragilidad del ser humano se hace más visible que nunca. Es aquí donde me detengo y reflexiono; si al final solo hay muerte para todos, si fuera el caso de la inexistencia de la fe en una vida eterna, acaso ¿no sería conveniente vivir esta vida (valga la redundancia) a plenitud? Creo que estaremos de acuerdo en que la respuesta debiera ser siempre: sí. El punto discordante probablemente sea, ¿qué es vivir a plenitud?

La sociedad y el mundo han hecho un buen trabajo al convencernos que el mayor logro al que puede aspirar el ser humano es la felicidad. Como la sublime cumbre de nuestra existencia se ha elevado a este estado emocional llamado felicidad, y se nos vende el discurso que podemos y debemos, hacer todo, hacer lo que sea, con tal de conseguir ser felices. Por supuesto el discurso en mención trae consigo las instrucciones del caso: comprar, consumir, y tener. Estos son algunos de los verbos que se han asociado directamente con esa felicidad, dejando de lado y por debajo; el SER. Hoy, lamentablemente, no somos lo que somos, somos lo que tenemos. Pero no, querido lector, no es la felicidad el pico más elevado al que podemos aspirar, hay algo más, y es allí donde aparece, fulgurante y poderoso un nuevo concepto: la plenitud. Vivir a plenitud excede con creses al concepto de “ser feliz”, pero para esto se hace necesario cultivar una virtud, que finalmente va tomada de la mano de aquella fragilidad que antes mencioné. Esa virtud es la humildad. Sin humildad, negamos nuestra fragilidad, si negamos nuestra fragilidad, negamos nuestra esencia, y si negamos nuestra esencia, caeremos al pozo sin fondo de no saber para qué fuimos creados.


La vida sin este conocimiento se vuelve insípida y sin sentido. Es en este lamentable paisaje donde anida el débil concepto de felicidad, tratando de llenar el vacío de negar quiénes somos en esencia. La tragedia es que nunca llenaremos ese vacío comprando, consumiendo o teniendo.

Hemos atravesado décadas y siglos como humanidad pretendiendo no mirar nuestra esencia, disimulando nuestra fragilidad ostentando y acumulando; pero en el momento de la soledad, allí cuando apagamos la última luz de la casa entendemos que nada de eso satisface a plenitud. ¿Qué es lo que tenemos?, solo momentos, todo es fugaz, todo es humo que aparece y al poco tiempo desvanece, desaparece. Qué pronto y qué rápido el “feliz” presente se vuelve pasado. Oh! cuando llegue el momento de apagar la última luz de la vida, cuando nos demos cuenta que inexorable y con sable desenvainado, el aliento final galopa para darnos alcance. De qué le habrá servido al hombre aferrarse a su ciencia y a su conocimiento.


De qué le habrá servido al hombre depositar toda su confianza en sus capacidades intelectuales y emocionales si al final el gris velo de la muerte se cerrará y no habrá poder alguno que pueda evitarlo. Somos frágiles, y en estos meses la muerte lo ha dejado muy claro cada vez que sonríe maquiavélicamente en la UCI de cualquier hospital.

 

Señor, Tú nos hiciste para ti,

y nuestro corazón está inquieto

hasta que descanse en ti

Agustín de Hipona

 

 

 Escrito por:   https://www.facebook.com/joseenrique.acostabasurco  


 

 

 

 

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