El drama del humanismo ateo

 


Dios nos hizo para Él, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Él

Agustín de Hipona

 

 

Una de las cosas que más puedo rescatar de la coyuntura de confinamiento y cuarentena que ha marcado al 2020, es que nos ha otorgado a todos, o a la mayoría, mucho tiempo para poder invertir, y soy un convencido de que hay pocas formas mejores de hacerlo, que leyendo. El título del presente artículo es un homónimo del último libro que Dios me ha dado la oportunidad de leer. Lo terminé hace sólo un par de días y confieso que ha sido uno de los que más trabajo me ha tomado comprender, pero a la vez, uno de los que más he disfrutado en mi vida. El autor es el francés Henri De Lubac (1896-1991), sacerdote jesuita, además de influyente y reconocido promotor de la renovación de la teología a partir de las fuentes patrísticas (*).


En trecientos cincuenta y seis páginas, De Lubac nos lleva con lucidez y agudeza por los sinuosos caminos de tres corrientes filosóficas que han sido decisivas para la cultura occidental moderna y que sin lugar a dudas han sido fuente de inspiración para muchos en lo que respecta a la comprensión de la existencia social, política e individual. El humanismo positivista de Comte, el humanismo marxista de Feuerbach, y el humanismo nietzscheano son expuestos desde una perspectiva no solo racional, sino también espiritual, demostrando que el ateísmo que marca a estos tres pensadores, más que ateísmo es un evidente anti teísmo, y más concretamente todavía; un anticristianismo.

A los nombres de estos tres pensadores, y a manera de contraparte, el autor añade el de Dostoievski con su imponente testimonio a favor de la fe. En ningún momento De Lubac pretende colocar al novelista al nivel de filósofo o ideólogo de algún esquema teórico o metafísico, le queda claro que Dostoievski no aporta ninguna solución a los problemas sociales. Lo que sí se rescata de su enorme literatura es la contundente verdad que: “si el hombre puede organizar la tierra sin Dios, no puede organizarla más que contra el hombre mismo”. En otras palabras, si el hombre pretende matar a Dios, al final, se está matando a sí mismo. El humanismo que excluye a Dios, es un humanismo inhumano. Serán incontables los fragmentos de “Los hermanos Karmasov”, “Los endemoniados”, “El idiota” y otras obras de Dostoievski que De Lubac desmenuza y analiza con destreza, desde una perspectiva social y espiritual. Del mismo modo encontramos agudos análisis psicológicos a los personajes más representativos de las obras del afamado escritor ruso.


Tanto el ateísmo de Feuerbach, el de Neitzsche como el de Comte imaginan que han vencido a Dios al exponer una existencia humana absolutamente posible sin Él. Sin embargo, lo que en verdad ha ocurrido, es que Dios se ha retirado de su vida. Dando un paso al costado, Dios ha dejado al ateo en su obstinación de mente y necedad de corazón. El ateísmo por su lado, dogmático y empedernido, ha creído que esto es “libertad” y ha construido para sí y sus seguidores un luminoso y aparentemente sólido palacio de cristal al que llama "razón". Lamentablemente, en la práctica, este palacio produce un efecto de cárcel oscura. Tal como hace miles de años fue la Torre de Babel, al pretender alcanzar a Dios (bajándolo del cielo escribe De Lubac), el palacio de la razón ha pretendido ilusamente exaltar al hombre al nivel de Dios, creyendo que de esa manera podría emularlo, y finalmente vencerlo, o mejor dicho, asesinarlo.

Tristemente el ateo ha caído y ha creído en la falacia de que la fe y la razón son dos fuerzas que se oponen entre sí. No ha querido, o no ha podido comprender que la fe no niega a la razón, sino que la trasciende.


¿En qué consiste la libertad del ateo si no es otra cosa que un poco de tiempo entre dos desconocidas y oscuras nadas? Qué terrible y patético pensamiento pintarse a sí mismos como “una tecla de piano bajo los dedos de la naturaleza” diría De Lubac. Por cuanto el ateo no ha querido aceptar la gracia de Dios y ha preferido permanecer solo y desnudo frente a su justicia;  tal como lo ha deseado, le ha sido concedido.


El drama del humanismo ateo ha sido una intensa y contundente confirmación de que las verdades espirituales solo pueden discernirse con asistencia y soporte espiritual. El Evangelio de Jesucristo es una verdad que debe ser procesada por el intelecto, pero sobre todo debe acogerse de manera vivencial en el corazón. De no ser así, el hombre podrá comprender el cristianismo, pero no podrá jamás disfrutar de su esencia, que no es otra que la experiencia.

No dudo que seguirán apareciendo Nietzches, Feuerbachs y Comtes ofreciendo fiera y descarnada oposición al cristianismo, y es que solo él expone con autoridad, seguramente incómoda para muchos, que Jesús es el ÚNICO salvador; y ése es un mensaje que ofende al mundo pluralista y relativista en el que vivimos. En una cultura que sostiene la validez de todas las religiones, declarar que solo el Evangelio es la verdad revelada de Dios a los hombres, lo hace anticuado, soberbio y ofensivo. Además, y por si lo anterior fuera poco, la Biblia exige que nos sometamos al señorío de Cristo y vivamos en santidad bajo sus normas morales y absolutas, mientras que la mayoría de los seres humanos prefieren vivir a su manera, con sus propias leyes y estándares. Para ellos, el evangelio es piedra de tropiezo. Las Escrituras, inerrantes y eternas, lo anticiparon hace casi dos mil años: "Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden" (1 Cor.1:18a).

(*) La patrística es el estudio del pensamiento, doctrinas y obras del cristianismo desarrollados por los llamados padres de la Iglesia, que fueron sus primeros autores entre los siglos I y VIII D.C.           

Escrito por: https://www.facebook.com/joseenrique.acostabasurco 


           

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